No me gustaba que mi padre estuviera en casa. No le odiaba, pero era un hombre. Cómo explicarlo. Acaparador de atención. Siempre estaba hablando, ordenando, mandando. Tenía una voz gutural, muy sonora. El caso es que era alguien dominante. Yo no quería que muriera, pero murió. Se puso muy mal del corazón. No llegaron a tiempo de operarle.
Lo recuerdo en casa, en la primera que tuvimos en Vilassar de Dalt. Un piso grande, esquinero. Pues él decía que no tenía donde caerse muerto. Lo recuerdo también regañándonos. Era autoritario, muy estricto. No dejaba pasar una.
Y se fue. Así, de golpe. De la noche a la mañana, ya no estaba. No sé cómo son los otros padres. A mí el mío me parecía muy mandón y tiránico. Pero se fue. También era lascivo. Siempre proponiéndole cosas a mi madre. Ella le decía que, a su edad, había que estar tranquilos. Esperar a los nietos. Claro que no hubo nietos. Ni los habrá. Yo ya tengo cuarenta y ocho años, y mi hermano cuarenta y siete.
Me golpeó la fuerza y la rotundidad de su repentina ausencia. Lo llenó todo su falta. El silencio. Me quedé alucinada, de esa falta tan total. De su total ausencia. De no oír su voz, siempre ametrallando. Ocupándolo todo.
Debo decir que no era un mal padre: era trabajador, aunque algo conflictivo en su trabajo. Le gustaba sacar la cara por otros, y hacer justicia. Aunque eso llevara implícito un daño para él. Nunca tuvo demasiado. No pudimos pagar el primer piso, de Vilassar de Dalt. Era muy caro, para un trabajador. Él era albañil. Maestro albañil. Sabía muchísimo. Nos echaron de aquel piso, no lo pudimos pagar. Entonces nos fuimos, obligados, a uno pequeño, todo de origen. De alquiler.
Yo a mi padre, lo recuerdo furtivo. Como si estuviera robando la vida, hurtándola. Tomándola prestada y quedándosela. Como si no le estuviera permitido todo lo bueno de la vida. Aunque él lo tuvo. Tuvo una mujer que le quiso, le honró, le fue fiel. Tuvo tres hijos que le quisieron. Que le respetaban. Sin embargo yo lo recuerdo joven, delgado, nervioso y agobiado siempre por temas monetarios.
Luego, con el tiempo, salimos y vinimos a Rentería. Y compramos este piso.
Mi padre también era bondadoso. Tenía buen fondo. Aunque tenía un carácter un poco airado. Demasiado nervioso, se ponía enseguida enfadado. Y explotaba. Pero luego, se quedaba en nada.
Estaba muy enamorado de mi madre. Fue la mujer a la que más quiso, siempre. Aún así, llegó a intentar pegarle. Ella no se dejó.
Nunca tuvo nada, mi padre. En los últimos tiempos, trabajaba asiduamente. Yo recuerdo su juventud, mi niñez. Entonces no tuvo trabajo una temporada larga. No era vago, pero no tuvo suerte en el trabajo. Nadie le ayudó. Murió en aquel piso de alquiler, feo y de origen.
Para mí, su muerte supuso mi liberación. Una explosión absoluta de silencio externo. Que dio su fruto y me llevó a poder pensar. A estar tranquila. A ser. Sí. Mi padre me dio la vida, al concebirme, pero me la volvió a dar cuando se fue, al morir. Yo iba a cumplir veinte años.