Esta semana hemos
visto un texto, “ La fabula
del aguilucho”, que nos ha venido muy bien para
reflexionar acerca de la autonomía, la dificultad de anteponer las capacidades
a las limitaciones, la comodidad de la rutina frente al riesgo, a intentar dar
un giro a algún aspecto de nuestra vida…
En general, todos coincidimos
en que , cuando se sufre una enfermedad mental, nos cuesta mucho fijarnos en todas las capacidades y
potencialidades que tenemos, pues las dificultades nos pesan más y en
ocasiones, nos tumban. Pero todos tenemos esas capacidades. Hay que abrir los
ojos, ponerse buenas gafas y buscar esas cosas que sí podemos hacer, pues si no
las hacemos, con el tiempo vamos a perder esas capacidades y nos va a pasar
como al águila, que pese a ser un ave no sabía volar por falta de costumbre…
A veces nos da miedo empezar
a hacer cosas por nosotros mismos. Pero también es verdad que en ocasiones es
más cómodo ser dependientes, dejarnos cuidar
y que sean los otros los que nos cuiden. Por eso nos ha venido bien leer
este texto reflexionar un poquito sobre
él. Como dice uno de nuestros compañeros, la moraleja es:
“Estira bien tus alas y
descubre tus grandes capacidades”.
¿Qué decís los demás? Os
dejamos la fábula, a ver si estáis de acuerdo con nuestras reflexiones. Un
saludo
FABULA DEL AGILUCHO
Erase una vez un granjero que, mientras caminaba por el bosque, encontró
un aguilucho malherido. Se lo llevó a su casa, lo curó y lo puso en su corral,
donde pronto aprendió a comer la misma comida que los pollos y a comportarse
como ellos.
Un día un
naturalista que pasaba por allí le preguntó al granjero:
-
¿Por qué este águila, el rey
de todas las aves y pájaros, permanece encerrado en el corral con los pollos?
El granjero
contestó:
-
Me lo encontré malherido en
el bosque, y como le he dado la misma comida que a los pollos y le he enseñado
a ser como un pollo, no ha aprendido a volar. Se comporta como los pollos y,
por tanto, ya no es un águila.
El naturalista
dijo:
-
El tuyo me parece un bello
gesto, haberle recogido y haberle curado y cuidado. Además, le has dado la
oportunidad de sobrevivir y le has proporcionado la compañía y el calor de los
pollos de tu corral. Sin embargo, tiene corazón de águila y con toda seguridad
se le puede enseñar a volar. ¿Qué le parece si le ponemos en situación de
hacerlo?.
-
No entiendo lo que me dices.
Si hubiera querido volar lo hubiese hecho. Yo no se lo he impedido.
-
Es verdad, tú no se lo has
impedido, pero como tú muy bien decías antes, como le enseñaste a comportarse
como los pollos, por eso no vuela. ¿ Y si le enseñáramos a volar como las
águilas?
-
¿Por qué insistes tanto?
Mira, se comporta como los pollos y ya no es un águila, qué le vamos a hacer.
Hay cosas que no se pueden cambiar.
-
Es verdad que en estos
últimos meses se esta comportando como los pollos. Pero tengo la impresión de
que te fijas demasiado en sus dificultades para volar. ¿Qué te parece si nos
fijamos ahora en su corazón de águila y en sus posibilidades de volar?
-
Tengo mis dudas, porque ¿qué
es lo que cambia si en lugar de pensar en las dificultades, pensamos en las
posibilidades?
-
Me parece una buena pregunta
la que me haces. Si pensamos en las dificultades, es mas probable que nos
conformemos con su comportamiento actual. Pero ¿no crees que si pensamos en las
posibilidades de volar esto nos invita a darle oportunidades y a probar si esas
posibilidades se hacen efectivas?
-
Es posible.
-
¿Qué te parece si probamos?
-
Probemos.
Animado, el
naturalista al día siguiente saco el aguilucho del corral, lo cogió suavemente
en brazos y lo llevo hasta una loma cercana. Le dijo:
-
Tu perteneces al cielo, no a
la tierra. Abre tus ojos al vuelo. Puedes hacerlo.
Estas palabras
persuasivas no convencieron al aguilucho. Estaba confuso y al ver desde la loma
a los pollos corriendo, se fue dando saltos con ellos. Creyó que había perdido
su capacidad de volar y tuvo miedo.
Sin
desanimarse, al día siguiente, el naturalista llevo al aguilucho al tejado de
la granja y le animó diciendo:
-
Eres un águila. Abre las
alas y vuela. Puedes hacerlo.
El aguilucho
tuvo miedo de nuevo de si mismo y de todo lo que le rodeaba. Nunca lo había
contemplado desde aquella altura. Temblando, miró al naturalista y saltó una
vez más hacia el corral.
Muy temprano
al día siguiente el naturalista llevó al aguilucho a una elevada montaña. Una
vez allí le animó diciendo:
-
Eres un águila, abre las
alas y vuela.
El aguilucho
miró fijamente los ojos del naturalista. Este, impresionado por aquella mirada,
le dijo en voz baja y suavemente:
-
No me sorprende que tengas
miedo. Es normal que lo tengas. Pero ya veras como vale la pena intentarlo.
Podrás recorrer distancias enormes, jugar con el viento y conocer otros
corazones de águila. Además estos días pasados, cuando saltabas, pudiste
comprobar que fuerza tienen tus alas.
El aguilucho
miro alrededor, abajo hacia el corral, y arriba, hacia el cielo. Entonces, el
naturalista lo levantó hacia el sol y lo acarició suavemente. El aguilucho
abrió lentamente las alas, y finalmente con un grito triunfante, voló alejándose
en el cielo. Había recuperado por fin sus posibilidades.