Me gustaría hablar sobre la rebeldía. Esa rebeldía que todos
tenemos hacia tantas cosas, pero en especial sobre la “rebeldía ante la
enfermedad”.
A nadie le gusta, creo yo, que le diagnostiquen ningún cuadro
psíquico, en primer lugar porque tienen nombre y no se llega a entender en qué
consiste por mucho que nos lo expliquen, y en segundo lugar porque nos relega a
ciudadanos de segunda en la sociedad y a sentirnos como si fuéramos perros verdes
con los que hay que tener mucho cuidado.
Todos hemos obrado de formas diferentes, unas veces mejor,
de las que nos podemos sentir orgullosos, y otras veces peor, de las que quizás
no tanto. Todos nos equivocamos muchas veces en nuestros juicios y obras, pero
tenemos derecho, también, a otra u otras oportunidades para poder arreglar
nuestra vida, si se puede.
Al diagnosticarnos una enfermedad mental, parece que somos
culpables de no sé qué. Quizás sea de no haber podido cumplir con nuestras expectativas
o con los que otros tenían sobre nosotros. Los proyectos se truncan y empezamos
a formar parte de ese porcentaje de gente que no encuentra su sitio en ningún lado.
Además, vemos a los demás como un todo y por otro lado nosotros, cada uno con
su yo. Es como tener que derribar un inmenso muro a base de porrazos. Pero hay
que tener en cuenta que los grupos o la masa están formados por individuos como
nosotros, con sus propias características, y el pensar así puede llevarnos a
sentirnos menos solos.
Por mi parte, la rebeldía es todavía un tema pendiente a pesar
de mi edad. Esa rebeldía es interna,
conmigo mismo, en principio por no haber podido afrontar bien situaciones en
otras épocas y que me han ido llevando a los ingresos. Por otro lado por asumir
la enfermedad sin más y castigarme mientras tanto con mi propia culpabilidad.
Pero pienso que todo eso forma parte de un todo, porque la
vida tiene también muchas facetas. De todas formas, los ingresos que haya
podido tener, aunque no hayan sido de mi gusto, me han permitido el no haber
cometido algo irreparable, el hacer algo que me hubiera apenado durante el
resto de mi vida, el no haber vendido mi alma al Diablo, y el haber podido
empezar otra vez prácticamente de cero al no poder recordar casi nada del dolor
en el que estaba sumido y que me atenazaba.
Eso es ante lo que siento mi rebeldía. Hoy por hoy sigo en
tratamiento médico y la medicación no la puedo dejar porque en primer lugar
dejaría de dormir, luego de comer y en poco tiempo caería en un estado lamentable,
aunque no consumiera tóxicos e iría por la calle como si me persiguiera el
Diablo.
En estos años he conocido a personas que han sido pacientes
al escucharme, con buena voluntad de echarme una mano y a las que debo mi
gratitud. Sigo sin saber a ciencia cierta en qué consiste mi enfermedad.
Considero que todo formaba parte de mi mundo interno, sin más, y que yo lo he
ido sacando oralmente, a pesar de que la palabra, muchas veces no refleja la
intensidad de lo que se está sintiendo y de lo difícil que es muchas veces
verbalizar.
Yo creo que es necesario tener un punto de rebeldía ante la
enfermedad para no hundirse en el abandono y tener en cuenta también eso de lo
de “tiempo al tiempo”, que parece que muchas veces nos lo negamos a nosotros
mismos y “paso a paso” sin correr.
Hasta la próxima, amigos.
Jose Angel
Jose Angel, que palabras más sinceras, más auténticas, se ve que las has sacado de lo más profundo de tu ser. La escritura es una inmejorable terapia, que a gusto nos quedamos cuando escribimos, cuando damos forma a un pensamiento para compartirlo con los demás. Sigue. Me ha gustado leerte. Marino Ballenas
ResponderEliminarQué suerte poder leer tus palabras. Gracias por compartirlo. Un fuerte abrazo desde Calatayud
ResponderEliminarClaro, Jose Angel, es sana esta rebeldía tuya ante la enfermedad, y también necesaria para mantener tu autoestima al mejor nivel posible. ¡Ánimo y adelante!.
ResponderEliminarMe ha hecho llorar tus vivencias, gracias por expresarlas.Cuanto me gustaría que mi hijo estaria una temporada cerca de tí.
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