Total,
que estoy yo, con un esguince doble en el tobillo, un paraguas, la muleta y la
mochila, con el culo mojado sentada en una banqueta, mientras está jarreando y
yo sólo puedo pensar en la pulmonía que tendré al día siguiente. El objetivo de
este encuentro con gente desconocida es conectar con la naturaleza de una
manera diferente, pero lo único que conecta conmigo es el frío y la humedad. La
persona responsable de guiarnos en esta especie de meditación, Violeta (un
nombre que no podría ser más adecuado para dedicarse a lo mencionado) nos
indica que elijamos un camino de los 4 que hay y que observamos, escuchemos,
olamos y sintamos con el tacto lo que nos rodea, teniendo total libertad en
ello, hasta que escuchemos el sonido de su llamada.
Elijo el camino que está más a la
derecha (donde, políticamente hablando, sería al último que iría). Hay árboles
enormes de densos troncos cuyas hojas saludan cada vez que cae una gota sobre
ellas, briznas de hierba mojada que agradecen el clima de hoy mientras que yo sólo
le puedo ver lo negativo a la lluvia y al frío. De repente, por lo que me
alcanza a ver con un esguince, un paraguas, una muleta, la mochila y con el
culo mojado, vislumbro un claro en el que no llueve. Me extraño porque está
diluviando, pero justo en esa zona no. Alzo un poco el paraguas y veo el tronco
más grande que he visto nunca. Y sigo subiendo y subiendo la mirada por el
tronco hacia arriba, hasta que el paraguas no me cubre y la lluvia empapa mis
gafas. Así que ahora no sólo tengo el culo mojado, sino también lo que me
permite utilizar uno de mis sentidos básicos, pero al menos logro, entre las
gotas de los cristales, alcanzar a ver la copa del pino que tengo enfrente.
Creo que así debe sentirse una hormiga cuando ve a un humano.
Me fui acercando lentamente y una vez
estuve bajo su frondoso cobijo, dejé el paraguas a un lado. Fue entonces cuando
vi que le faltaba la parte de la corteza del lado con el que me miraba, y que
alguien había grafiteado su amor en su tronco en carne viva: A+L = ∞
- Hola señor Pino. -Le saludo. –Es usted
muy grande.
- Hola pequeña humana. Así es, he
vivido muchos años. –Me contestó.
- ¿No le duele toda esta parte que le
han arrancado? –Le pregunté pasando mi mano por el tronco húmedo.
- El dolor no es más que una de las diversas
formas que puede adoptar la vida; es imposible vivir sin dolor, nos recuerda
que estamos vivos, al igual que lo hace el placer y el amor.
- De hecho, parece que alguien declaró
su amor infinito hacia su pareja justo en usted. –Le comenté señalando su ahora
tatuaje. El señor pino rio.
- No hay nada infinito o no cambiante
que exista en este mundo. Todo fluye, transmuta, cambia. También es parte de la
vida. Su amor, de la misma forma que empezó, acabará, y se convertirá en otra
cosa; puede que sea odio, amistad, muerte…
- Tiene usted razón, yo ayer estaba
nerviosa pero ahora me siento muy tranquila.
Fue en ese momento que escuché la
llamada de vuelta al grupo. Después de compartir con el resto cómo nos habíamos
sentido, nos asignaron la tarea de volver a estar ocho minutos en un sitio
elegido, y yo ya sabía a dónde quería volver.
Mientras volvía por el camino
embarrado a donde se encontraba el señor Pino, vi cómo la lluvia repiqueteaba
en troncos de diferentes tamaños, ya cortados y cubiertos por el musgo. Me
invadió una repentina tristeza al pensar en las acciones que el hombre había
perpetrado en contra de la naturaleza, sin fijarme en que esos troncos estaban
huecos por dentro.
Esta vez no quería simplemente pararme
en frente del señor Pino, así que extendí una bolsa de plástico a sus pies, me
senté y acomodé mi espalda contra su tronco. Le volví a saludar:
- Hola de nuevo, señor Pino. Siento ser
una pesada, pero es que es muy agradable hablar con usted.
- Buenas pequeña humana. No debes pedir
perdón, la verdad es que no mucha gente se para a hablar conmigo últimamente.
- Vaya… eso es triste, ¿por qué no lo
hacen?
- La mayoría de los que se paran a
interactuar conmigo son la vegetación que me rodea, algún que otro insecto y
los seres que habitan este parque. Hacemos intercambios o simplemente
disfrutamos de la compañía mutua. Muy pocos humanos se paran a charlar un rato.
- ¿Por qué? –Le repito.
- Supongo que sus ajetreadas vidas les
impiden pararse unos minutos a disfrutar de la simple compañía de un pino tan
viejo como yo, y cuando pasan por aquí, pasan como si todo lo que vieran
formase parte del paisaje de un cuadro; no reparan en cada una de las
pinceladas que conforman dicho paisaje, no se paran a analizar los millones de
vidas independientes que lo forman.
- Tiene usted razón, deberíamos parar
de vez en cuando y agradecer lo que nos rodea, ya sea grande o pequeño. Parece
que tiene usted una vida muy aburrida…
- No te creas, las aves me cuentan
chistes buenísimos cuando amanece. –Ríe.
- He visto mientras llegaba aquí que
muchos de sus compañeros murieron asesinados por nosotros… Algunos incluso muy
jóvenes…
- Así es, aunque no es culpa del
humano.
- ¿Y no le entristece que murieran?
- Su cuerpo murió, no ellos. Claro que
me entristece no poder estar en su compañía, pero sé que antes o después nos
volveremos a encontrar de cualquier forma, ya sea en el agua de un río o en el
aire que ahora respiras. La muerte de lo físico es sólo otra de las formas de
la vida, negarlo sólo hará que vivas en constante sufrimiento.
- Tiene usted razón. Yo es que cada vez
que pienso que la gente que quiero morirá en algún momento me pongo muy triste
y me bloqueo.
- Es normal que te bloquees si no
aceptas esa emoción y te permites sentirla.
- Y ¿qué hace usted para no estar
triste?
- Quién te ha dicho que no lo esté a
veces? Claro que hay días en los que estoy triste, nervioso o enfadado, pero me
permito estarlo. Me recuerdo que todo cambia, tanto para bien como para mal, y
que esa emoción no es más que una ínfima parte de mi experiencia vital. ¿Cómo
crees que murieron esos árboles? –Me pregunta.
- No lo sé, supongo que los cortaron.
- Sí, los cortaron, pero porque ya
estaban muertos por dentro. Se bloquearon en todas esas emociones negativas y
se fueron pudriendo de dentro hacia fuera. Ahora lo único que perdura de ellos
es la carcasa que habitaban –Miro los troncos cortados y veo el agujero interno
que tienen –. Ahora ellos forman parte de otras cosas, como el calor de la
hoguera que te arropa en una noche fría, o las hojas del cuaderno que tienes en
la mochila.
- Tiene usted razón. ¿Podría cogerle un
trocito de hojas para recordarle señor Pino?
- Claro, si es que llegas. –Me dijo
riendo, burlándose de mi cojera.
Pegué saltitos a la pata coja hasta
alcanzar coger un pequeño trozo de una ramita.
- Gracias señor Pino, tanto por el
regalo como por la charla.
- No hay de qué
- Una última pregunta, ¿Qué puedo hacer
para ayudar a los que, como sus compañeros, se sienten bloqueados por tanta
negatividad?
- No puedes ayudar a alguien que no
quiere ser ayudado. Por otra parte, cada ser es diferente y necesitarás
entenderlo para poder ofrecerle la ayuda que necesita. No lo sé, eso tendrás
que descubrirlo tú. Piensa pequeña humana. –Se despidió
- Tiene usted razón.
MAI. GANADORA DEL TERCER PREMIO DEL CONCURSO DE RELATOS BREVES ORGANIZADO POR EL SERVICIO DE TERAPIA OCUPACIONAL DEL HOSPITAL PSIQUIATRICO DE ARABA.